Esta semana una parte del equipo hemos estado en Aviñón y hemos conversado sobre los inicios del festival. Marc y Bet lo leyeron en la Maison Jean Vilar. ¿Cómo comenzó el Festival de Aviñón? Pues dicen que con una compañía de teatro y una fonda:
Cuando en 1974, la pequeña compañía de Jean Vilar llegó por primera vez a la ciudad para participar en la Semana de las Artes que organizaba el ayuntamiento, buscaban un restaurante que los acogiera y les diera de comer. Georges Pons, alcalde de la ciudad, les aconsejó que se dirigieran a la Auberge de France, idealmente situado a dos pasos del Palacio de los Papas, donde habían montado el escenario donde actuaban. Los propietarios de la fonda, Jeanne y René Struby, (asociados con la pareja Barthès), aceptaron transformar un salón del primer piso en un comedor para los actores y los técnicos. Al año siguiente volvieron y, aunque Jean Vilar no tenía los medios para pagar la cuenta, el matrimonio Struby nunca se lo reprochó, conscientes de que estaban participando en una aventura excepcional. Festival tras festival, este lugar se convirtió en el refugio de Jean Vilar y su compañía, y establecieron una fuerte relación de amistad con Jeanne y René, y luego con su hija Françoise, que continuó con el restaurante junto con su esposo Primo Tassan.
Estos días en Aviñón hemos estado dando vueltas y esta anécdota de un principio nos hace pensar que los proyectos más grandes comienzan con un entendimiento personal, con la energía de un grupo de gente que cree en lo que está haciendo y que lo transmite, con la apertura de otra gente que sabe recibirlo y acogerlo. Con el teatro y la comida, con el esfuerzo y el placer de hacerlo. Entonces seguramente nadie imaginaba hasta dónde llegaría ese festival que apenas nacía, pero en este primer capítulo se respira un aire de cosa bien hecha, de buen trato personal, de hacer que valga la pena.
A menudo nos preguntamos si la obra de teatro tiene más que ver con un camino o con un resultado. Seguramente ambas cosas son importantes, y en esto nos sentimos reflejados. ¿Qué tiene el arte que se vuelve necesario cuando podría ser totalmente prescindible? ¿Por qué decidimos vivir y hablar al mundo a través del teatro? Quizás sea una forma de celebrar la vida e intentar hacerla eterna en una obra, o de admitir que cualquier resultado al que lleguemos nunca será definitivo porque siempre estará sometido a las leyes de la vida. Es como hacer una buena comida en buena compañía, como prepararnos para recibir a los amigos en casa, como el tiempo que se detiene y no se detiene cuando hacemos sobremesa. Todo esto es dar espacio al placer, aunque sea a través de una obra dolorosa, para convivir con lo que tenemos de efímero y pasajero.
Y es que siempre es poético ver a una compañía hacer un esfuerzo titánico para levantar un castillo en el aire, una historia sobre el escenario. Todo esto nos lo podríamos ahorrar, artistas y espectadores, pero aquí estamos, nos va la vida en ello porque es un compromiso que va más allá de nosotros. Y cuando esto nace de la confianza y la admiración mutua, de la apertura y las ganas de descubrir, todo este sinsentido se vuelve más necesario que nunca y cobra vida propia. Como este Festival de Aviñón, que transforma una ciudad y la llena de compañías de teatro, de apasionados, de críticos ávidos de grandes experiencias, de carteles y folletos, de salas y espacios efímeros, de terrazas y restaurantes, de vendedores, de artistas y de cuentistas. ¡Todo esto por el teatro!
El año pasado, cuando celebrábamos 20 años de La Perla, Lídia escribió un texto que leyó ante muchos de nuestros amigos y colaboradores. Queremos volver a compartirlo porque describe muy bien esta forma de sentir que es muy nuestra:
"Estamos en una comida en el corazón de la Toscana, alguien grita y ríe al mismo tiempo, alguien no para quieto dando vueltas entre la mesa y los fogones... Todos cocinan, todos hablan, alto y acalorado. Los manteles se ensucian rápidamente y el vino siempre se sirve con abundancia. Alguien ha hecho la pasta a mano que aún tiene que cocinarse, alguien ha cocinado el ragú durante horas, alguien trae quesos hechos por el vecino, el postre o el vino.
En las mesas italianas nunca falta la comida. Todos participan.
La luz de esta imagen, cálida, anaranjada, con un poco de humo o bruma... Entre la intimidad y lo colectivo. Las horas pasan como si fueran minutos. La comida ha terminado y la mesa es una perfecta naturaleza muerta. Una imagen llena de belleza que espera el próximo encuentro.
Y son todos estos momentos, cocidos a fuego lento, una exaltación de la vida, del movimiento, de la poesía y de la intensidad, los que me recuerdan qué significa ser una perla. Los 29 somos hogar. Y cada vez que regresamos aquí, juntos, con nuevos proyectos, me recuerda el sentido de todo lo que hemos construido juntos y me llena de recuerdos que espero se multipliquen con los años."
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