La obra dramática de Eduardo De Filippo está profundamente arraigada en la ciudad de Nápoles. El retrato del carácter napolitano y sus formas de vida es exhaustivo e irónico; De Filippo es un gran observador de la tradición a la que pertenece. Él mismo afirmaba, sin embargo, que "las comedias, cuanto más son en napolitano, más universales resultan". La lengua napolitana es uno de los rasgos distintivos de la obra de De Filippo, y adquiere especial importancia en Filumena Marturano, escrita casi completamente en esta lengua vernácula. El mundo de Eduardo está hecho de detalles cotidianos, de hábitos aparentemente fútiles que se revelan llenos de solemnidad poética y se convierten de un momento a otro en gestos de una absoluta dignidad humana. Es un mundo de personas corrientes (de hecho, De Filippo generalmente no bautiza a sus personajes más que con un nombre y un apellido), personas que soportan las injusticias y las contradicciones de la vida que les ha sido dada, y que, en algunos casos, deciden revertir. Es en este vaivén diario que el localismo napolitano de De Filippo puede resonar en cualquier lugar del mundo, aunque las situaciones concretas varíen entre lugares y épocas.
En nuestro caso, este localismo nos resulta sorprendentemente cercano. Nos reconocemos de inmediato en las escenas costumbristas de sus comedias, en los pequeños elementos y rituales que acompañan los conflictos entre personajes marcando los tiempos en cada caso. El belén navideño de Lucario de Casa Cupiello, la preparación del café que tan a menudo da momentos de tregua a las tensiones domésticas, los turrones de diferentes texturas, los platos cocinados con los secretos de la experiencia... Y también, la importancia de la sobremesa después de un almuerzo, la centralidad aglutinadora de la familia como lugar de pertenencia, las relaciones diferenciadas dentro de unos órdenes sociales bastante paralelos. Nápoles y Cataluña, sin duda, son primas hermanas.
Este parentesco es el resultado de un depósito cultural que se ha dado durante más de 600 años. Se trata de una historia de conquista, dominio y también cohabitación entre el sur de la península itálica y la península ibérica. Las batallas, los matrimonios reales, los intercambios económicos, políticos y artísticos marcan el devenir histórico que comenzó en el año 1284 con la victoria que Pere II de Cataluña-Aragón obtuvo frente a la flota de los Anjou en la batalla del golfo de Nápoles, comandada por el almirante Roger de Llúria. Este hecho, catalizado por la revuelta conocida como las Vísperas Sicilianas y el matrimonio de Pere II con Constanza II de Nápoles, marca el inicio de todos estos años de historia compartida. La ciudad napolitana, al igual que la nuestra, está llena de las señas de este parentesco. El mismo Castel Nuovo, que recibe imponente a todos los que llegan a Nápoles por mar, fue reformado de manera muy notable por Alfonso el Magnánimo después de haber integrado el Reino de Nápoles al Reino de Aragón en 1441. No queremos dilatarnos demasiado en todos estos capítulos; basta con señalar que las idas y venidas de la historia terminaron conduciendo a más de 200 años de dominio borbónico sobre el territorio napolitano, iniciados en 1734 con Carlos de Borbón y que terminaron con la capitulación de Francisco II ante los camisas rojas de Garibaldi en el año 1861 en la reunificación de Italia.
Todos estos sedimentos históricos dotan a nuestras respectivas tradiciones de un aire de familia que nos acompaña al escenificar Filumena Marturano. Contar con Enrico Ianniello en la compañía, en este sentido, ha significado un constante intercambio de referentes culturales y agradables sorpresas por la proximidad de las tradiciones napolitana y catalana. A lo largo del proceso de ensayos nos hemos impregnado de la vida napolitana y hemos revisitado nuestra propia tradición. De hecho, la adaptación de la obra al catalán que Oriol Broggi ha trabajado con Xavier Valls ha pivotado en torno a este parentesco y su traslación al público actual.
Ciertamente, muchos de los aspectos culturales que hemos estado compartiendo actualmente están obsoletos, son ecos de nuestras tradiciones que Filumena Marturano hace resonar. Los hemos estado considerando, algunos con recelo, algunos con rechazo, otros con nostalgia y otros con simpatía. En este sentido, nos acompañan unas palabras que De Filippo compartió en una ocasión en un auditorio:
Uno de los rasgos napolitanos más presentes en las comedias de Eduardo es la separación tan difuminada entre el ámbito privado y el ámbito público. También es uno de sus rasgos más teatrales. Las casas siempre están abarrotadas de vecinos, capellanes, recaderos, abogados... las conversaciones nunca son privadas, siempre hay alguien metiendo la nariz, opinando de manera inoportuna, reclamando un plato en la mesa. La vida comunitaria, en este sentido, está presente dentro de las casas y la vida privada se desarrolla sin pudor también en la calle. A raíz de su primer viaje a Nápoles, Walter Benjamin escribe junto con la actriz letona Asja Lacis:
Es esta forma de compartir la vida la que De Filippo toma como fuente de ironía hacia la propia tradición; una ironía que es cínica y compasiva al mismo tiempo y que resulta un lugar muy saludable desde donde podemos reconocernos y también distanciarnos de nuestras herencias culturales.
La Nápoles de Filumena Marturano es una ciudad de sábanas que cuelgan de las ventanas, de mercados improvisados donde el pescado se expone con abundancia en puestos asediados por las moscas, de tragedia por calles mal empedradas y de matronas que pasan la tarde soleada sentadas en sillas de madera y mimbre sorprendentemente pequeñas. También es una ciudad de posguerra, de hambre e historias de miseria, de abismos pronunciados entre los barrios marginales, estrechos y lúgubres, y las grandes avenidas comerciales de los barrios bienestantes. Es una ciudad de pequeñas tiendas, de viajeros que aún no son turistas y de vecinos que tienen en la calle la continuación de sus comedores. Esta ciudad bien podría ser la Barcelona de hace sesenta años. En sus Cartas de Italia, Josep Pla escribe que en Nápoles, "como en Barcelona, se presiente que las cosas de aquí van un poco a la buena de Dios".
¿Cómo es Nápoles hoy? ¿Se ha separado, Barcelona? Y Cataluña, ¿qué tiene aún de aquellos aires napolitanos?
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