El martes 6 de julio de 2010 tuvimos el placer de tener una conversación en el Teatro La Biblioteca con el escenógrafo y maestro del espacio teatral Jean-Guy Lecat. Para nosotros es un referente importante, ha trabajado durante más de 25 años con Peter Brook descubriendo y transformando espacios muy diversos en teatros; como por ejemplo el Mercat de les Flors en Barcelona a raíz de La tragedia de Carmen (1985), o Les Bouffes du Nord en París (1974). Hemos querido recuperar algunos de los apuntes que tomamos aquel día, nos acompañan para diseñar nuevos espacios teatrales.
El teatro solo puede existir en dos categorías de espacio: la naturaleza y la arquitectura (calles, interiores...).
Desde el momento en que se crea un marco... en una cantera... el ser humano resulta demasiado pequeño.
La proporción es la relación entre las personas y la naturaleza.
El espacio es una dirección, un lugar que conocemos, donde reencontrarnos; un lugar donde sabemos que podemos encontrar a los demás.
Se trata de rodear al actor con la vida del público.
¿Qué hacemos con los muros que hemos heredado de un contexto de arquitectura? Es necesario darles un sentido.
Debemos cerrar el espacio para lograr tres cosas. Primero: concentrar la acción. Segundo: crear nuevas entradas (por ejemplo, la doble entrada al escenario facilita el movimiento de los actores porque no hace necesario que se esperen a entrar hasta que los otros no hayan salido; puede ocurrir de manera simultánea). Tercero: reforzar la presencia del actor, proyectarlo hacia el público cuando estamos en espacios en perspectiva que hacen al actor demasiado pequeño.
Frente a muros vivos y neutrales, se puede representar cualquier obra sin que ésta se enmarque en ninguna época concreta. El espacio "natural" es el más neutro posible.
Los muros solo son importantes porque proyectan la energía de los actores.
Los muros reaparecen a lo largo de un espectáculo en el momento en que un actor los recupera para sí mismo y para la acción. Hay que crear, por lo tanto, las condiciones que hagan que los muros puedan aparecer y desaparecer a voluntad.
Se trata de hacer siempre más grande la intimidad entre el público y los actores.
El mismo público puede crear el entorno del teatro.
De hecho, se puede crear una identificación total mediante la forma de organizar al público, de manera que el espectador abandone el asiento para unirse al actor.
El ser humano no está solo, está reunido. En el teatro se crea la forma de la comunidad: el teatro no es para ver espectáculos, sino para reunirse con la gente.
Aislar a los personajes borrando las paredes de la escena es una manera de mostrar que no les queda nada.
La ventaja del espacio que hay detrás de la cortina es que no tiene distancia: puede suscitar la imaginación de cada uno.
La diferencia entre el teatro y las otras artes es que, dada una imagen, suscita tantas imaginaciones como personas. El problema de la imagen fotográfica es que la desencriptamos rápidamente y entonces necesitamos otra. En cambio, las imágenes producidas por nuestro imaginario están ligadas a nuestro sufrimiento y a todo lo que hemos vivido, de manera que podemos verla y sentirla también múltiples veces.
En un escenario no tenemos necesidad de ir a buscar las imágenes que podemos encontrar en cualquier otro lugar, sino que el teatro es la vida emitida por un actor.
En Hamlet, hay la idea de un centro. Se abre una puerta: la venganza, se abre otra puerta: la madre, se abre aún otra puerta: la novia. Hamlet es un personaje que se tiene que volver ciego para ver en su interior.
En contextos agresivos (por la dimensión, por ejemplo, o por la calidad del color, del material) no se trata de ocultar o tapar, sino de introducir un límite que reúna al público y a los actores. Buscar la escala humana sin renunciar a la fuerza del espacio.
En las tragedias griegas siempre hay la idea de movimiento, de salir de un lugar y llegar a otro.
Los seres humanos somos parte del pasado. No somos parte del futuro más que de la mano de los artistas. La arquitectura acabada no tiene lugar en el futuro. En la Edad Media, la construcción nunca quedaba finalizada. Si era necesario volver a construir un edificio, se hacía de manera diferente.
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